sábado, 28 de agosto de 2021

"Fear profits man nothing": el problema de hacerse viejo

Aunque The Suicide Squad le tomó la delantera, mi intención inicial para la anterior entrada era escribir mis impresiones sobre Old, de M. Night Shyamalamachinchán, y que sepas que ya le saco unas ocho o nueve películas de ventaja a ésta y se me están empezando a fusionar las sinapsis de una manera que ríase usted del Caribe Mix remezclado por un Avicii a tope de anfetas, así que no esperes en esta entrada menos incoherencia de la acostumbrada.


Old Tiempo» en su doblaje castellano, palmaria confirmación de que las traducciones de las películas anglosajonas siguen en nuestro país leyes arcanas indescifrables) nos relata la historia de tres familias atrapadas en una playa de la que no pueden salir y en la cual el tiempo avanza a una velocidad anormalmente elevada. En sólo unas pocas horas, los adultos alcanzarán la edad provecta y morirán de senectud. En el proceso, presencian atónitos cómo sus hijos crecen minuto a minuto, alcanzan la pubertad y empiezan a follar y convertirse en padres solteros.
(No. Ojalá fuese coña).
Old recoge los esfuerzos de los personajes por huir de esa cala maldita, situada en algún lugar del Caribe, creo, y comprender el fenómeno que los hace envejecer a toda mecha. Pero la cosa pinta mal: si intentan volver por el camino por el que llegaron, pierden el conocimiento y lo recuperan de nuevo en la playa. Si intentan escalar los acantilados que los envuelven, se desmayan y despeñan. Si intentan huir a nado, se adormecen y ahogan. Y encima, para incrementar la humillación, desde la distancia, alguien les está observando, como si fuesen cobayas en algún experimento sádico.

La película también refleja las tensiones que surgen entre los personajes, enfrentados a una fuerza desconocida e imparable y a la inminencia de la muerte, y la fricción desencadenada por sus diferentes personalidades (el racista psicótico interpretado por Rufus Sewell da un juego extraordinariamente rico). En ese sentido, Old es una película de atmósfera y personajes, muy agradecida desde el momento en que se puso de moda el cine descerebrado de acción absurda e imparable, cuya finalidad última es impedir al espectador que se pare a pensar sobre el liliputiense argumento o la desganada interpretación de los actores. Y no señalo a nadie, saga de Fast & Furious o cualquier título dirigido o producido por Michael Bay.

Un puñado de personas ordinarias se enfrentan a lo incomprensible. No hay efectos especiales espectaculares. No hay escenas estilo John Wick. Un sencillo escenario y una docena de personajes hablando. Con esos mismos ingredientes se cocinó la insuperable Man from earth sobre la que, la duda ofende, ya hemos hablado en la bitácora como ejemplo de clásico instantánteo, narración redonda y cine bien hecho. Old aspira a ser eso mismo. Como entretenimiento, es impecable. Como narración...

...bueno, a eso vamos.

A primera vista, Old supone el regreso de su director al género que le dio fama: el género fantástico con elementos de ciencia-ficción y/o terror. Y no lo ha hecho mal, ciertamente.

Es decir, no del todo.
Ve preparando la vaselina, M. Night.

El director de El sexto sentido venía de ganarse una bien merecida reputación de veneno para las taquillas tras la más que catastrófica recaudación de El incidente, Airbender: el último guerrero y After Earth (aunque a mí esta última me gusta mucho, obvias carencias aparte) y ha tenido que reinventarse demostrando que puede ser más que rentable siempre que se autoexija trabajar con presupuestos ridículos (La visita, Múltiple y Glass no costaron las tres juntas ni 35 millones de dólares pero recaudaron en total más de seiscientos veinte megadólares).

El visionado de Old, que he disfrutado, también me ha reportado varios momentos de estupefacción. Escenas, diálogos, decisiones creativas o malabarismos autorales que me hicieron arrugar la nariz, ofendida por una inconsistencia argumental, un diálogo anémico, una infeliz idea compositiva o un tiro de cámara simple y llanamente estúpido.

Post hac die espóilers. Avisado quedas.

En el plano estrictamente cinematográfico, hay algunas cosas de Old que chirrían. Parece mentira que un director con tantas tablas como M. Night Jambalayan caiga en esos tontos alardes de cine experimental que provocan en el espectador su más sentida mueca «whathefuck» y no aportan nada, y quiero decir literalmente nada a la narración, ni desde el punto de vista expresivo, ni desde el simbólico, ni desde el punto y coma, ni desde el punto com. ¿Por qué Old rebosa de diálogos en los que el personaje que habla está fuera del plano? ¿Por qué el deterioro físico de los personajes de Gael García Bernán y Vicky Krieps se detiene súbitamente y siguen envejeciendo «por dentro» aunque sus rostros y sus cuerpos no muestren su verdadera edad? Y ¿por qué mierda el director se pasa media película haciendo mamonadas con el encuadre y la profundidad de campo?, y no, no hablo de cuando escoge planos cerrados o difumina parte de la acción, o sea cuando emplea recursos cinematográficos para transmitirnos la desorientación y estupor de unos personajes acorralados y perplejos. Hablo de la abusiva proliferación de paneos y de esos momentos en los que lo verdaderamente importante está sucediendo en segundo término y en una escena deliberadamente desenfocada because reasons, mientras ocupan el primer plano un par de gilipollas perfectamente en foco que se dedican a hablar de la epistemología sustantiva de los orgasmos anales de Sasha Grey. Hablo de cuando M. Night llena el cuadro con una puta espalda, cago en el copón bendito.
Aunque fuese la de Sasha.

Old es una película proclive a ser malinterpretada por sus estúpidas ocurrencias estilísticas. Si fuese un texto, estaría escrito con la mano tonta, en plena borrachera, haciendo muchos borrones y cometiendo diez faltas de ortografía por párrafo.

En el aspecto narrativo, también hay cosicas que huelen a puto en Old. Su longitud, por ejemplo, absolutamente gratuita e inoportuna. Le recortas media hora y obtienes una cinta mucho mejor acabada. Por otra parte... ¿de dónde cojones sacan los personajes adolescentes de Eliza Scanlen y Alex Wolff, que eran críos asexuados pocas horas antes, la inspiración no ya de echar un polvo, que eso así por accidente le puede pasar a cualquiera (léase «Brooke Shields y Christopher Atkins en El lago azul», pero, claro, como para que Brooke Shields en topless no te inspire ideas voluptuosas), sino esa superstición de «si lo haces una sóla vez no te quedas preñada», típica soplapollez de patio de colegio y que Trent y Kara, que han alcanzado la edad fértil en la trampa cronológica de la playa, no podían haber oído jamás?

¿Por qué Guy y Prisca tardan tantísimo tiempo en darse cuenta de que sus hijos están envejeciendo a ojos vista? ¡Que Maddox salió del hotel sin tetas y de repente le sirven los bikinis de su madre!

No, en serio, ¿es que están ciegos?

¿En qué universo paralelo de apollardados mierdecillas de clase burguesa blanca y anglosajona el súbito desarrollo mamario de tu hija no enciende luces rojas en el cerebro de un adulto? ¿Quién, cómo y por qué coño descubrió que la única salida de la playa es a través del coral? Son pequeños detalles que le restan verosimilitud a la ficción. Pellizcos en el escroto que te expulsan de la película. Sólo unos centímetros, pero te expulsan.


Old está basada en el cómic Château de sableCastillo de arena» en gabacho), de Frederik Peeters y Pierre Oscar Lévy. El argumento de ambas obras es básicamente el mismo: varias familias de bañistas llegan a una playa de la que no se les permite salir y en la cual el tiempo transcurre más rápido de lo normal, de modo que a lo largo de las horas los niños alcanzan la pubertad y la madurez y los adultos envejecen y mueren. En Château de sable no nos dicen dónde está ubicada esa playa, y no importa un huevo porque no afecta a la trama, y el personaje que en la pantalla interpreta Aaron Pierre no es negro sino magrebí y la esposa trofeo interpretada por Abbey Lee, modelo vampira-caníbal de The Neon Demon y concubina de Inmortan Joe en Mad Max: Fury Road, no existe, y cito esos dos únicos ejemplos a manera de ídemes; pero, descontando las pequeñas diferencias, Old y Château de sable comparten argumento, si bien difieren ligeramente en la historia. Vuelve a leerte esta entrada del Paratroopers si has olvidado o nunca has comprendido la diferencia.

Decíamos que Old y Chàteau de sable son iguales hasta cierto punto.

Y este «punto» es el momento en el que, incongruencias cinematográficas y confusas ocurrencias técnicas aparte, Old deja pasar su oportunidad de convertirse en una muy buena película. Y, las cartas sobre la mesa, el que esto escribe le pilló el truco a M. Night Shyamalamadingdong en El protegido, le tiene manía desde Señales, se aburre con él desde La joven del agua, le perdió el respeto durante el minuto diez de Airbender: el último guerrero el poco respeto que aún le tenía y fue incapaz de terminarse la amariguanada La visita; así que bastante tengo con reconocer que Old me ha gustado, muy a pesar de las carencias de su director, a quien hace tiempo que reputo de frío, intelectual, repetitivo y antipático autor de películas cerebrales, maquiavélicas y sin alma.


Donde Château de sable es una alegoría sobre el paso del tiempo, las relaciones familiares, los sueños y proyectos de juventud que, en la madurez, lamentamos haber traicionado, la fugacidad de la vida y el frío dedo de la Parca, Old es una película en la que los personajes dedican más tiempo a intentar alcanzar una explicación racional, traidísima por los pelos, al fenómeno inexplicable que los retiene y tortura, que a la fuga en sí. Old es una lección magistral de cine sobre cómo escoñar una buena idea argumental con kilotones de sobrexposición y alargando de forma antinatural e innecesaria  escenas de transición mientras el subtexto de la película se nos escapa entre los dedos como la arena de un castillo de lo mismo. En fin, éste parece ser el fetiche de M. Night como director, y todos tenemos nuestros fetiches.
Y algunos son especialmente perturbadores. ¡Los pies! ¡Qué asco!

No obstante, el problema de Old no es que los personajes de Gael García Bernal y Vicky Krieps no representen la edad que se supone que tienen al final de sus vidas en la playa (actúan como viejos seniles aunque tienen pinta de cincuentones mal conservados, decisión tomada quizá para que los espectadores puedan seguir reconociéndolos, o sea para evitar disfrazarlos bajo toneladas de maquillaje o contratar a actores ancianos que asuman sus papeles y confundan a una audiencia ya de por sí distraída por tanto fotograma accesorio, tanto floreo de cámara, tanto desenfocado y tanta verga), ni las extrañas decisiones de encuadre y composición que toma el director (esa manía nueva de descentrar la acción... ¿habrá estado M. Night tomando unos chupitos de txakolí con Zack Snyder?). El problema, por una vez en el cine de M. Night Chimichangalamg, no es que vuelva a usar el mismo truco narrativo que en El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque... que es fiarlo todo a un golpe de efecto final, un giro de guion aparentemente imprevisible y que habría sido sembrado a lo largo del metraje mediante pistas descontextualizadas (cuando no deliberadamente ignoradas por los personajes hasta el momento del clímax) que sólo tendrán sentido una vez revelado ese giro final y que permiten al director sentirse más listo que sus espectadores.

El problema de Old es que su director no soporta el misterio y no entiende la catarsis.

Old se estrella como película cuando M. Night nos explica, una y otra vez, lo que sucede en pantalla, como si fuésemos cortitos (no sé las veces que los protagonistas aluden a los minerales exóticos que componen las rocas que rodean la cala y que serían responsables de ese extraño efecto trans-ferolítico de aceleración galvanoplástica temporal). Old también se estrella cuando nos explica el verdadero motivo por el cual el gerente del hotel ha enviado a los protagonistas a esa playa, y por qué precisamente a esos y no a otros. Finalmente, Old se estrella por tercera vez, y queda para que la declaren siniestro total, cuando M. Night Chinchantomalacasitos nos ofrece ese degradante y anticlimático final feliz que arruina toda la tensión construida hasta el momento.

Explicar el misterio anula el misterio. Sacar a los personajes de apuros con un devs ex machina (que, para acentuar el agravio, siempre ha estado a su alcance, aunque son tan túzaros que no recurrieron a él hasta que estuvieron realmente desesperados porque... patata) y ofrecerles un desquite sobre los malvados de la película; es más, el mero hecho de que haya unos malvados en la película y que tengan motivaciones, incluso nobles motivaciones (aunque personas inocentes tengan que morir por ellas), destruye y corrompe la naturaleza de unos villanos que no son malos porque es que hay gente en el mundo que es así de hija de puta y punto, sino porque tienen buenas razones para ser unos cabrones y ¡anda, toma rima involuntaria!; sino que también arruina la pureza de Old como fábula del poder omnímodo del destino, la indefensión humana ante la inexorable erosión del tiempo y la terrible certeza de la muerte; temas clásicos como mínimo desde las tragedias griegas cuyo poder catárquico queda anulado por las torpes decisiones creativas del director.

Porque la catarsis, señor Shyamalamaranma½, es un acto de purificación y transformación espiritual. Vemos películas de terror para salir del cine aliviados por habernos librado de los mismos apuros que los personajes, vemos películas en las que esmocha gente, y si son buenas sufrimos por los protagonistas, para desarrollar nuestra empatía y, también, prepararnos para nuestra propia muerte y sentirnos agradecidos por la vida que conservamos, es decir, de momento.

Y M. Night nos priva de todo eso por su pueril necesidad de proporcionarse a sí mismo, y a los espectadores emocional e intelectualmente minusválidos, una resolución farisea a través de la cual intenta tranquilizarnos y hacernos creer que el universo de Old tiene algún sentido.

No necesita tenerlo para ser una película coherente y un drama narrativamente eficaz. Y, a la vista del resultado, el misterio de Old no debería tener resolución. De la misma manera que algunas verdades de las matemáticas jamás serán demostradas, incluso los sistemas más sencillos, con las reglas más simples, pueden ser irresolubles, impredecibles y aparentemente irracionales, pero no por ello menos reales.

Si el malvado de tu historia tiene un fin noble o está traumatizado por un acontecimiento de su infancia, diluyes su responsabilidad en los crímenes que ha cometido. Si tu misterio tiene una explicación, deja de ser un misterio y pierde todo su ominoso poder.

El final de Old relativiza la desesperación, los conflictos y muertes de sus personajes con la pretensión de que han servido a un fin superior, que es desmantelar para siempre la siniestra conspiración de esa malvada empresa farmacéutica que sacrifica vidas inocentes en el altar de la innovación. «Sí, unos pocos turistas de mierda han palmado, pero ¿y la de miles de vidas que hemos salvado gracias a ellos y la de miles de millones en stock-options que hemos repartido entre nuestros accionistas?»

»Sí, toda esa gente ha muerto, pero no ha sido por nada. Sus muertes tienen sentido. No han sido en vano. No sufráis tanto por ellos, cojones, que no es para tanto. Ya sabemos por qué pasa lo que pasa y los malos van a ir a la cárcel, ¡alegría! ¡Champán! ¡Putas!»

En Château de sable, el cómic que inspira Old, no hay explicación para el misterio, no hay revancha final sobre una malvada compañía farmacéutica porque no hay compañía farmacéutica. El universo de El castillo de arena es coherente y cognoscible, pero no tiene sentido. Porque el universo puede ser descrito en términos racionales (en caso de que tal aspiración sea posible) pero no tiene necesariamente por qué tener sentido y cualquier pretensión en tal aspecto es absurda y, encima, destruye el drama construido sobre los cimientos de la indefensión de los personajes ante un fenómeno inexplicable.

El universo es amoral. Al universo no le importa si eres buena o mala persona, te comes todas las acelgas o rezas
todos los días a tu hombre mágico chuchu-yuyu del cielo. Desde el momento mismo en que eres engendrado, el universo no hace otra cosa sino intentar matarte y, al cabo de cierto número de intentos, número sobre el que no puedes influir en modo alguno por mucha dieta vegana y tabatas que hagas ni por muchas veces que votes a Podemos, lo acabará logrando.

Old intenta venderte una moto muy distinta. Una moto que no tiene ruedas, sino cuatro patas, no tiene manillar, sino orejas, no tiene carenado sino pelo, no consume gasolina, sino alfalfa y no hace bruuuun-bruuuuum sino jiiiiiii-jaaaaaaa.

Old es un burro, pero su director nos lo vende como si fuese una moto.

No lo es. Y al intentar darnos burro por moto, M. Night anula la potencialidad de Old como fábula iniciática y corta los vasos comunicantes que lo vinculan al viaje de Odiseo por el Hades, a los ritos dionisíacos y los misterios de Eleusis, y también, ¿es fuerza decirlo?, al angst de Kafka y sus personajes zarandeados por un destino despiadado e irracional: Gregor Samsa transformado durante el sueño en un insecto y repudiado y enclaustrado por su propia familia por algo que no es responsabilidad suya, Josef K. juzgado por una acusación anónima, de un delito sobre el cual ninguno de los implicados condesciende en informarle, procesado ante un tribunal que no le permite presentar pruebas ni testigos de descargo, ejecutado en secreto en un lugar que ha de elegir él mismo; Karl Rossmann convertido en juguete de personajes sin empatía ni escrúpulos que lo tiranizan y llevan de aquí para allá como una cometa.

Antes de sacar Old a la lona del escrutinio público, su director le rompe primero brazos y piernas.

Y podríamos caer en la tentación de echarle la culpa de este desarrollo torpón y de este final estúpido y cobarde a los infames screen tests. No sería la primera vez que los «pases de prueba» con público cambian el final de un largometraje. Sucedió con la malísima Deep blue sea (la película que nos demostró que Samuel L. Jackson no ha salido ya en una  porno porque aún no se lo han ofrecido): en el montaje original el personaje de Saffron Burrows sobrevivía. A los espectadores del screen test no les gustó eso. Querían que la fría científica responsable de desarrollar a esos escualos mutantes psicópatas del averno muriese en más que justificado acto de expiación por todas las vidas que había segado su blasfema progenie cartilaginosa. Así que se rodó un nuevo final en el que la malvada bruja pelirroja, que se había atrevido a intentar curar el alzheimer y la cosa se le había ido un pelín de las manos, esmochaba y, así, el público norteamericano, imbuido de esa milenarista noción de Antiguo Testamento sobre el pecado y el castigo que los puritanos se llevaron a Nueva Inglaterra, pudo irse a su casa con la falsa noción de que se había hecho justicia, de que Dios escribe recto en renglones torcidos.

En el corte provisional de Atracción fatal no había ejecución sumarísima del personaje de Glenn Close a manos de Ann Archer, sino que Michael Douglas acababa en chirona, incriminado en el homicidio de su psicótica ex-amante, que se las había arreglado para suicidarse de manera que pareciese que Douglas la había asesinado. La buena gente de los Estados Unidos no quiso comprar que el marido infiel y putero fuese a la trena por una loca del chocho que se había hecho ilusiones después de trajinárselo. En el montaje original de Titanic, el personaje Billy Zane no renunciaba a dar caza a Rose y Jack, sino que enviaba tras ellos a su guardaespaldas, Lovejoy (David Warner), que llegaba a agarrarse a madrazos con el personaje interpretado por Leonardo DiCaprio. Esa escena se cayó del corte definitivo porque el público de prueba la declaró infumable. Rambo moría al final del primer corte de Acorralado (como, por cierto, sucede en la novela que inspiró la película). Julia Roberts volvía al puterío de acera y Richard Gere a joder empresas en crisis al final de Pretty Woman. Michael Cera mandaba a la mierda a Mary Elizabeth Winstead y escogía a Ellen Wong al final de Scott Pilgrim vs. The World. Cillian Murphy no sobrevivía a 28 días después y hasta Ridley Scott ha perdido ya la cuenta de los diferentes cortes de Blade Runner que existen.

Ni siquiera los grandes maestros están a salvo de esta tiranía de las audiencias. Scorsese tuvo que volver a montar Uno de los nuestros porque la gente se ponía mala con la hiperviolencia del corte original (en el proceso, logró hacer casi simpático y entrañable al psicópata con problemas de control de la ira interpretado por Joe Pesci). Paradójicamente, los pases de prueba de Destino final tuvieron la acogida opuesta: el público de prueba quería menos historia de amor entre los personajes de Devon Sawa y Ali Larter y más muertes rebuscadas, por favor, gracias. Billy Wilder tuvo que cortar la escena de la «resurrección» del personaje de William Holden en la morgue porque el público de prueba de Sunset Boulevard se hacía la picha un lio con ese arranque de comedia negra que introducía una historia profundamente oscura y dramática, y así acabamos con la voice-over y el cadáver flotando en la piscina.
Es llegar el fin del mundo y todos se ponen cachondos.

No sé si M. Night introdujo algún cambio en Old después de leer los comentarios del «público profesional» que asistió a los pases de prueba o se puso la venda antes de la herida y preparó de antemano ese final decepcionante. Y además no me importa.

Lo que me importa es que Old es una buena película que no consigue llegar a ser una gran película porque tiene un problema.

Y, aunque es uno de sus mejores trabajos desde hace años, el problema de Old se llama M. Night Shyamalan.

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